Perderte

LOC3Es “un día de los fuertes”. Uno de esos en los que la gente que nunca saldría de casa para ir a una manifestación se dirige en manada hacia el Ayuntamiento, con el objetivo de asistir a la última mascletá del año. Yo voy en dirección contraria, esquivando parejas, familias y adolescentes sedientos de pólvora  bajo el sol infernal. “Siempre en dirección contraria”, me digo.

Así, soy la única persona que, minutos después, ocupa la entrada del locutorio. Bueno, el chico pakistaní también está aquí, pero no cuenta porque es el hijo del dueño. En la desértica situación, me mira con curiosidad, como si yo no estuviera allí del todo. Una valenciana antimascletás, todo un espécimen. Aún tarda un poco en reaccionar cuando me acerco al mostrador para pedirle que me ponga internet en uno de los ordenadores, pero finalmente nada objeta. “El ocho”, me indica.

El ocho es mi número preferido, por lo que -irracionalmente- pienso que tendré suerte y encontraré en esta pantalla mugrienta algo que me llene el corazón. Me siento en la silla que me recibe con machas oscuras, casi negras, de origen inclasificable. Al techo le falta un trozo y, a través del agujero, asoman unos cables amarillos. No importa; y absolutamente nada importará si tú has respondido -con un sí- a aquello que me atreví a preguntarte.

Justo ahora, parece que estoy a punto de saber el veredicto de un jurado que se hubiera reunido exclusivamente para determinar mi futuro emocional; y a medida que salto todas las barreras llenas de claves, se mezclan mis latidos -acelerados- con las explosiones de los petardos. La mascletá del barrio ha comenzado. Y a ella se une otra, y otra más. Es un ruido atronador y me hace sentir algo de miedo, como si, en lugar de en una ciudad en fiestas, me encontrara en medio de ciudad en guerra, con el techo a punto de caerse sobre mí. Sólo falta un “clic”… Un clic para saber si me quieres. Y, tras la deliberación del jurado, el veredicto es… “No te quiere” (¡Idiota!).

Soy la única persona en el locutorio y tú no me quieres. El agujero del techo parece ahora más profundo y peligroso, pero los petardos prácticamente han cesado afuera. No tengo nada más que hacer aquí, así que cierro todas las ventanas y me incorporo.

En la puerta, el sereno pakistaní me detiene con un “¡Espera!”. Yo me giro con la absurda esperanza de que el chico me diga algo que me alegre el día…

-Son ochenta céntimos -me dice.

1 Comments

  1. Cuando pasa esas cosas, a veces desearías que en la pantalla apareciese la típica imagen de «maquinita de los recreativos» que te diga en el ordenador GAME OVER. Try Again?
    Entregas todo tu corazón y te lo devuelven hecho trizas… En fin así es la vida.

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