Ha sido un viaje al aeropuerto muy raro. En el tren sin saber si tenía algún sentido haberlo cogido.
Pasando el control del aeropuerto sin saber si iba a volar.
Andando el pasillo interminable de las puertas de Zaventem maldiciendo a Vueling por si después de agotarme no me dejaban subir al avión.
Y después mostrando el D.N.I a la azafata para que no me pusiese ninguna pega con mi tarjeta embarque de hoy.
Tengo un amigo actor que siempre cuenta la misma historia cuando le presentan a alguien. Le dice a las/os desconocidas/os que a veces compra un billete de avión o de tren y luego no se presenta. «¡Y que se jodan!», añade con una sonrisa bobalicona y triunfal. Debe de ser maravilloso observar las caras de estas personas que, al no conocerle, no pueden responderle que es idiota.
Después de la mala noche que he pasado y el viaje raro que he tenido, me han dado ganas de gritarle a la azafata: «Pues ahora no voy, ¡y que se jodan!».
Solo por ver su cara habría merecido la pena.