Estuvo un rato mirándome, sin decir nada, quizás valorando cómo responder a mi confesión involuntaria. Este intervalo me permitió relajarme un poco.
―¿Como qué animal?
―¿Qué?
De todo lo que me podría haber preguntado el desconocido, aquella fue la cuestión que menos me esperaba.
―¿Con qué animal te compararías en tu estado?
Me quedé unos minutos bloqueada, observando cómo, en la parada de Louise ―normalmente abarrotada― solo un hombre, ataviado con mascarilla y guantes, esperaba la llegada del metro en el andén.
―Creo que con una rata.
El lector anónimo soltó una carcajada que tensó los elásticos de su mascarilla durante unos segundos.
―¿Por qué una rata?
―Me siento sucia todo el tiempo y como atrapada en un alcantarillado subterráneo. Oscuro. Sin saber muy bien hacia dónde debo ir y sin saber si algún día lograré salir.
―Vaya, buena elección entonces.
―¿Y tú? ¿Qué animal eres tú estos días?
―Yo, un ratón: me gusta estar en casa, comer 20 veces al día y socializar poco. Por lo general, como ellos, huyo del contacto humano.
Mi cabeza iba a mil por hora y mi curiosidad se había acelerado también. Aquel chico estaba describiendo como ideal la situación en la que nos veíamos obligadas a permanecer de manera forzosa. Me planteaba por qué estaría conversando conmigo si normalmente evitaba el contacto humano y, de un modo absurdo e inesperado, me sentí afortunada.
*ilustración de @vincenttrinidadart
Mar de Tinta 