El amor en tiempo de virus (VI): Un pequeño delito

Siento ser tan frívola, todavía estoy un poco confundida. Creo que ese día fue crucial para sucumbir a los encantos de Yvan. Y a su plan.

Todavía estaba lejos de preguntarme por qué me había elegido a mí. O más bien lo entendía como un golpe de suerte. Una de esas coincidencias que pasan pocas veces en la vida y que te piensas afortunada si te ocurren a ti. ¿El maldito amor romántico que desde pequeñas nos inyectan en vena?

No debió esforzarse mucho para seducirme. Creo que mucho antes de la pandemia yo buscaba precisamente eso: sentirme especial. Demasiados días iguales tachados en el calendario del baño. Demasiada mierda y lágrimas que limpiar en la residencia. Y para colmo, un virus mortal al que no podía dejar de estar expuesta. Supongo que por eso me abandoné a tan gran ventura y le seguí en dirección contraria a las responsabilidades. Y al sentido común.

Después de nuestro primer beso, recorrimos eufóricos la ciudad. Yvan reía a carcajadas, me sacaba a bailar por las vías del tram, me llamaba amor… Cuando llegamos a Mont des Arts, volvimos a besarnos y, una vez en la Grand Place, propuso hacer un pícnic en medio de tamaña esplendidez.

Solo tenemos que cometer un pequeño delito…

Saquear la tienda de bombones y cervezas especiales fue lo menos grave que hicimos estando juntos. Yo me justificaba con sus mismos argumentos: ya no era Aurora. Podía permitirme no contestar a las llamadas del trabajo ni a los mensajes familiares, robar, incluso acostarme con un desconocido encantador… Por fin ya no era Aurora.

Ilustración de @aykutmaykut

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