El amor en tiempo de virus (X): Un descubrimiento espeluznante

Al día siguiente, cuando Yvan salió a trabajar, no tardé ni quince minutos en subir la escalera. Mi corazón en un puño. Tras el último escalón, me encontré una puerta cerrada que, sin embargo, cedió dulcemente al girar el pomo.

En efecto allí estaban, diseminados por el parqué de una amplia sala, botes de pintura y tablones de madera. ¿Por qué habría reaccionado entonces de manera tan brusca? Di una vuelta, pero no encontré nada inusual: brochas, cubos de obra, un mono azul de trabajo…

No obstante, cuando me disponía a marcharme, escuché un chasquido, como un estornudo. Poco después, una tos ronca e insistente. La reconocí de inmediato: era la misma que me había perturbado desde mi llegada; y ahora procedía de un lugar cercano. Muy cercano.

Me acerqué a la pared cubierta por uno de los tablones y allí escuché la tos más claramente. Arrastré la madera hacia un lado sin mucho esfuerzo y lo que vi me dejó sin aliento: una chica demacrada, apenas cubierta por una sábana, tosía medio inconsciente sobre un viejo catre. Poco más llenaba el exiguo espacio: una bandeja (con restos de café y platos sucios) y una silla. El lugar olía rancio, como antiguo.

No sé por qué, pero reaccioné más lenta de lo que hubiese deseado. Simplemente, no comprendía la situación. O no me la creía. Si se trataba de una pariente de Yvan, ¿por qué la ocultaba? Y si no lo era, ¿la habría secuestrado? Una terrible desazón me estremeció entera.

Toqué su brazo derecho sin pararme a pensar que, muy probablemente, la chica estaría infectada por coronavirus. En ese momento, solo vi a alguien enfermo que quizás precisaba mi auxilio.

¿Estás bien, necesitas ayuda?

La chica entreabrió los ojos y me miró como si viese a un ser humano por primera vez en toda su vida.

Ilustración (detalle) de @glambeckett

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