El amor en tiempo de virus (XII): Mi «novio» es un psicópata

Así, debido a la imposibilidad de salir, se vio truncada mi fantasía inicial de pedir auxilio.

Asimismo, deduje de inmediato que la desaparición de mi móvil no formaba parte de otro de mis despistes.

No llegamos a conocernos de verdad hasta que no nos encontramos en una situación límite: en poco menos de media hora, me había enterado de que mi «novio» ―presuntamente encantador― era en realidad un psicópata que, lejos de estar enamorado de mí, quería contagiarme un virus mortal. Y no se trataba una fijación exclusiva, más bien de un macabro hobby ya que, como mínimo, otra ingenua me precedía.

Decepción. Enfado. Rabia. Miedo. Y preguntas. Muchas preguntas.

Siempre me he considerado una persona débil. Alguien que moriría en un incendio por no poder huir de puros nervios. O que sufriría un infarto antes de poder soportar un secuestro, como era el caso. Pero me equivocaba. Aún con el pulso inestable, mi mente se volvió práctica, fría. Como el principal objetivo había fallado, debía centrarme en la salud de la prisionera. La cuidaría cuando Yvan se fuera y, mientras tanto, idearía un plan de huida. Respecto a él, la tarea sin duda era más compleja: fingir que, entre nosotros, nada había cambiado. ¿Podría besar o acostarme con un psicópata?

Antes de cocinar lo más nutritivo que encontrara en el frigorífico, decidí hacer la comprobación que mi intento de fuga había aplazado. ¿Qué habría tras el otro tablón?

Subí los peldaños al ritmo de la tos de la enclaustrada cuyo nombre todavía desconocía. Respiré profundo antes de mover la madera. Lo que vi me angustió más que haber hallado otra presa: una habitación similar a la contigua esperaba preparada para acoger a un nuevo huésped. Sobre el cabecero del catre, dos nombres de mujer, uno tachado junto a una fecha y otro recién escrito: Rosasham.

Deja un comentario si te da por ahí