En mi nuevo aposento no me faltaba el baño, pero sí el aire. Entonces no lo sabía, pero mi frágil y estresado cuerpo no había logrado superar la fase viral del Covid, por lo que mis pulmones ―como había ocurrido con mis pantalones―, se llenaron de líquido; y tornaron complicado eso que antes me había resultado, siempre, tan fácil. Respirar.
¿Cuántos días pasarían? Mis recuerdos son borrosos. Yvan. Sara. Sopas. Dolor. Olor. Miedo. Fiebre. Mucho cansancio… Y dos conversaciones:
―Dime, por favor, ¿dónde está la llave?
―Me alegro mucho de que me hayas vuelto a convocar. Pensaba que no te atreverías a tomarte la pastilla. Has sido muy valiente. Y otra cosa te voy a decir (aunque no me la hayas preguntado): no te vas a morir.
―La llave.
―Sí, entiendo que no tengas tiempo para mis tonterías. Sara dejó una llave en este cuartucho. Se le olvidó a la muy lela. ¿Te lo puedes creer?
―¿Dónde?
―Voy: ahí mismito, debajo del colchón. Esquina derecha superior.
***
―¿Qué pasa? ¿Qué hacías así girada?
―Poner bien la sábana.
―Te traigo un sándwich.
―Sara… No puedo respirar.
―Será ansiedad, a mí también me daba después de estar, día tras día, aquí encerrada…
―¿Estás llorando? Tranquila, al parecer, no me voy a morir.
―No, no es eso…
―Dime, ¿qué pasa?
―Ha traído a otra mujer.
Se dejó caer por el respaldo de la cama hasta quedar sentada en el suelo. Las lágrimas le empapaban la mascarilla y torcían el azul de claro a oscuro de una manera tan perfectamente simétrica que semejaba una pieza de arte conceptual. Quise estirar mi brazo para consolarla, pero no alcancé a tocarla. No tenía fuerzas. El sándwich quedaba también lejos en el espacio y en el tiempo. Intenté calmarme. La rata que todo lo sabía había pronosticado que no moriría. Yo la creía de un modo absurdo. O no tanto, porque con la llave había acertado.
Ilustración de: @justanotherratblog